La radio echa humo. Su madera noble estaba perforada por una redecilla metálica de la que se desprendían voces en árabe narrando el acontecimiento que cambiaría penosa e injustamente el devenir de los tiempos en Palestina.
Un rictus de profunda seriedad, fruncido el entrecejo, unas lágrimas que caían refrescando su cara, y el juego desasosegado de sus manos intuían que se clavaba un puñal en el corazón de Oriente Medio. La sangre que brotaba era sólo el anuncio del derramamiento que riega cada día la Tierra Santa. En su fresca memoria estaba la querencia a su pueblo, a sus raíces, a su familia.